lunes, 23 de junio de 2008

Experiencia de olor a piel

Crónica de la violacion de Lucrecia en Belgrano

Por Juan Pablo de Santis


Zabala mil ochocientos sesenta y pico, casi esquina Villanueva, cuarto piso, departamento “B”. Allí esperaba Lucrecia a Danilo, su compañero de Econometría I que vendría a explicarle cómo dos vectores, después de un engorroso proceso matemático, podrían trazar una línea de tendencia en un gráfico cartesiano. Cerca de las cuatro de la tarde, todo estaba listo en su departamento con vista a la universidad, había dejado una botella de Coca Cola en la heladera para convidarle un vaso, unas galletas de avena y miel cuidadosamente servidas en un plato sobre la mesa y, en la cocina, el agua para el té se calentaba a fuego más que suave.

Diez minutos después de las cuatro sonó el portero. Era Danilo. Lucrecia atendió, abrió la puerta y, mientras este joven moreno cuatro meses menor que ella –que le faltaba poco para cumplir 21– subía por el ascensor, se terminó de cepillar el pelo con un viejo peine de nácar que se había traído de su hogar en Managua.

Luego del saludo cordial con beso en mejilla y abrazo fraterno llegó el momento de la formalidad: “Danilo, espérame en el living mientras voy por un vaso de gaseosa para ti. Mira que arriba de la mesa tienes algunas cosas dulces para comer”, le dijo Lucrecia.Después del vaso de gaseosa, el líbido de este hombre estalló de manera psicótica.

La empujó sobre un sofá, le quitó de un golpe una estola de oveja que tenía sobre sus hombros y comenzó a desnudarla desgarrándole la ropa. Lucrecia lo tomó de los pelos y con dolor de alma le gritaba “¡hijo de puta, maldito loco, vete!”. Danilo tenía la sonrisa cínica y grosera dibujada en el rostro, forcejeó y logró desnudarla. Lucrecia lloraba, gritaba y cuando la fuerza de sus 51 kilos de músculos cedieron, cesaron los gritos, involuntariamente se entregó a un criminal con billetera de cuero y acostumbrado a la impunidad. Fue violada y sintió ácido dentro de su cuerpo. Ya no lloraba.

En dos o tres minutos este ser inmundo acabó con su cometido, se levantó de encima de ella, que quedó vuelta mierda e impregnada de una sustancia que comía su interior como ácido muriático.Bastó un solo descuido de Danilo para que Lucrecia, haciéndole creer que estaba desmayada, tome un facón de adorno que había comprado en San Telmo y de manera violenta y con máxima rapidez se lo clavara en su sexo, en esos testículos cargados de odio y asco por el género.
El grito de dolor hizo retumbar el acero de las columnas mientras Danilo se desmoronaba en el piso, momento en que niña –ahora con sus ojos inyectados en rencor– le tapó la cara con una alhomada para que acallar el escándalo y darle una muerte por asfixia y pérdida de sangre. Diez minutos más tarde y a dos metros del sofá, el piso ya era un reguero de sangre y el cuerpo estaba sin vida.

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